Siempre ha estado sujeta a cuestionamiento la figura del notario que capta y asume un volumen de trabajo tal (consistente fundamentalmente en contratación en masa) que no resulta verosímil que pueda atenderlo dando un tratamiento personalizado a los otorgantes y cumpliendo debidamente con los deberes propios de la función, con el consiguiente desprestigio que ello supone para el notariado. Joaquín Costa los llamaba «notarios alforjeros», y hoy se los conoce como «macronotarios» o «macros».
Esos macronotarios suelen reaccionar asegurando que ellos son tan notarios como el que más, y hablando sentimentalmente de su gran apego a esta profesión; y también pretendiendo que, frente a otros que sólo saben destapar sus tarritos de esencias y actuar conforme a planteamientos periclitados, son ellos los que han sabido responder a las nuevas exigencias del tráfico jurídico, en buena sintonía con los grandes operadores económicos, actuales protagonistas del mercado.
Y últimamente acostumbran, además, a difundir las penurias por las que atraviesan, se supone que para tratar de mitigar las envidias que provoca su éxito profesional (porque, por supuesto, la envidia tiene mucho que ver con ese cuestionamiento a que se ven sometidos; todo muy hispánico, como Miguel Mihura dando a los críticos teatrales en vísperas del estreno de una de sus obras la noticia de que acababan de diagnosticarle una grave enfermedad, o Luis Miguel Dominguín difundiendo lo mismo en la época en que, figura del toreo y manteniendo su conocida relación con Ava Gardner, encima se empezó a rumorear que le había tocado la lotería).
Y así, uno asegura que sí, que firmará mucho y facturará en consecuencia, pero que con la plantilla sobredimensionada que mantiene y los gastos que le ocasiona su despacho, llega a final de mes justito, justito. Otro se queja de la de años que hace que no cambia de coche. Un tercero hace correr la especie de que, como en los tiempos de la burbuja se metió en operaciones inmobiliarias, tiene a los bancos encima y están a punto de embargar su casa. Y con la llegada del verano, también empieza a ser habitual escucharles la queja de que por la crisis han tenido que renunciar a sus vacaciones en el extranjero.
Pues bien, a diferencia de esos austeros notarios yo he pasado este mes de agosto unos días en Sicilia. Y las vacaciones, y los lugares que visitamos durante las mismas, dan pie en ocasiones a una reflexión sobre las cuestiones más inesperadas, por obra y gracia de los meandros de la asociación de ideas.
En Palermo realicé la obligada visita a la Catacumba del Convento de los Capuchinos. Esta catacumba contiene unos ocho mil cadáveres, expuestos al público en sus distintas galerías y clasificados por edad, sexo, oficio y categoría social: hay espacios para niños, mujeres, religiosos, militares, comerciantes, profesionales, etcétera. La macabra práctica se inició cuando los monjes descubrieron que el terreno en que estaba excavada la catacumba ayudaba a preservar los cuerpos, e idearon un procedimiento para la desecación de los cadáveres (se extraían los órganos del difunto, se lo dejaba durante un año en una de las cavidades laterales del recinto, se lo lavaba a continuación con vinagre y para acabar se lo exponía al sol en una terraza, tras lo que se le vestía y colocaba en el lugar asignado); y abrieron la catacumba, reservada inicialmente a los hermanos de la Orden, a personas ajenas a la misma. Pero, dado que el coste de todo ello era elevado, los ocupantes de la catacumba pasaron a ser mayoritariamente los integrantes de las clases altas palermitanas, y tener allí su último reposo se acabó convirtiendo en un símbolo de status. La práctica alcanzó su mayor popularidad durante el siglo XIX, al que corresponden la mayoría de las momias.
Peter Robb, en su libro Medianoche en Sicilia, al relatar su vista a la Catacumba señala cómo «algunos (de los cadáveres) estaban dentro de su ataúd o tendidos en nichos horizontales, pero no eran éstos los que llamaban la atención, sino los que, apoyados contra las paredes y vestidos con sus mejores galas, llenaban un pasadizo tras otro. El terciopelo, la seda, el encaje o el tafetán eran poco más que adiciones descoloridas al polvo, e incluso las ropas mejor conservadas estaban roídas por los ratones y agujereadas por los insectos» y que «la aristocracia y la alta burguesía del siglo XIX estaban abundantemente representadas. Parecía que habían disecado a los personajes de Tolstoi, Balzac y Dickens, y allí se les veía, de pie con sus uniformes medio desintegrados, sus vestidos de baile podridos, sus levitas polvorientas; filas y filas de miembros de las clases altas de la sociedad decimonónica, rigurosamente agrupados por categorías». Ya un siglo antes, las galas de las momias habían impresionado vivamente al escritor Guy de Maupassant, quien en su relato del viaje que realizó en 1885 a Sicilia, dice: «y están vestidos estos muertos, estos pobres muertos, repulsivos y ridículos. Los han querido vestir suntuosamente, y el miserable esqueleto, con su gorro bordado y su bata de rentista rico parece dormir un sueño a la vez terrorífico y cómico» (de hecho, era frecuente que el propio interesado dejara especificada la ropa con la que su cadáver debería ser vestido, e incluso la frecuencia con la que el atuendo habría de cambiarse).
El espectáculo, como todo memento mori que se precie, invita desde luego a una meditación sobre la fugacidad de la existencia y la vanidad de lo material. El memento mori tiene su origen, según se cuenta, en la costumbre de la antigua Roma de hacer que, cuando un general desfilaba triunfalmente recibiendo los vítores de la multitud por sus hazañas guerreras, un esclavo le siguiera repitiendo esa frase, «recuerda que morirás», para evitar que se dejase llevar por la soberbia y pretendiese usar el poder adquirido de manera indebida. Posteriormente, el memento mori, a través de las representaciones de la muerte en iglesias y sepulturas, la disposición decorativa de osarios y la manipulación y exhibición de cadáveres, sería utilizado por la Iglesia con intenciones pastorales, para suscitar el miedo a la condenación eterna. El historiador Philippe Ariès apunta también cómo la aparición a partir del siglo XIV de los temas macabros en las representaciones de la muerte es uno de los indicadores de un cambio de mentalidad entre las clases superiores que llevaría al establecimiento de una relación entre la idea de la muerte de cada uno y la conciencia de la propia individualidad, de una «muerte propia»; y ello, frente a la concepción, predominante durante la Edad Media, de una muerte no individualizada, como destino colectivo de la especie que se aceptaba en acatamiento del orden de la naturaleza, en unas comunidades que aún no primaban la búsqueda de riquezas y honores y en las que el hombre vivía honda y tempranamente socializado.
Entre los próceres alineados en la Catacumba de los Capuchinos hay, por supuesto, notarios. Y recorriendo los pasillos de la cripta, no pude evitar preguntarme si alguno de aquellos notarios habría aspirado en su día a ocupar cargos corporativos. Y me imaginé todos los conciliábulos, intrigas, maniobras, cálculos, inquietudes y desvelos que podrían haber tenido lugar, hace ciento treinta o ciento cuarenta años, hasta alcanzar el cargo deseado.
No sé si nuestros representantes corporativos habrán visitado o no la Catacumba, pero sin duda, la contemplación de los notarios allí expuestos -esos notai balzaquianos con sus levitas polvorientas rellenas de paja, sus miembros sujetos con alambres y sus cabezas colgantes con órbitas huecas y risas sardónicas, recordándonos la caducidad de las cosas de este mundo y la futilidad de nuestras ambiciones- ayudaría a cualquiera a afrontar desde su cargo, con la altura de miras y el discernimiento necesarios, las muchas cuestiones que el notariado tiene planteadas en el nuevo curso que se inicia.
27 agosto, 2014 - 14:21
Sic transit gloria mundi.Lo que alguno,flojo de latín,ha traducido como» la gloria del mundo transita por el SIC».Ya se sabe,el boletín de la comisión permanente,las fotos con el ministro y tal
27 agosto, 2014 - 20:25
Vale como «guía turística»
El asunto está «traido por los pelos», Se trata de aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid para soltarnos una plática propia de «ejercicios espirituales» de las cuaresmas de antaño y meternos en el cuerpo el miedo al infierrno, al llanto y al crujir de dientes.
Con anécdotas y frivolidades no llegaremos a ningún sitio.
27 agosto, 2014 - 23:36
Es evidente que discrepamos en nuestra respectiva apreciación de un fenómeno cultural tan pintoresco y expresivo de una época y unas costumbres como la catacumba que los padres Capuchinos mantienen en Palermo. Nada que objetar, porque todas las opiniones son respetables.
Me sorprende sin embargo, José Javier, que descalifiques como platica propia de las cuaresmas de antaño mi sincero deseo de que nuestros representantes corporativos afronten, con la altura de miras y el discernimiento necesarios, los muchos retos que tenemos planteados. ¿Cómo sugieres que lo hagan, si no?
Saludos.
28 agosto, 2014 - 01:45
Desde la coincidencia en el diagnóstico y, seguramente, en la terapéutica, sigo sin entender – mas allá de la anécdota o el simple divertimento – la relación entre las momias de los Capuchinos y los macronotarios.
Es un tema muy serio que a muchos nos ha preocupado desde hace muchísimos años y que hemos tratado de cambatir por todos los medios imaginables (coeficientes progresivos de pago a la Mutualidad Notarial, fondos de compensación, inspecciones sistemáticas, artículos, idearios asociativos como el de la Joaquín Costa de la que me honro en haber sido cofundador, «jornadas», comunicaciones congrensuales, propuestas atrevidas como la consignación de la hora etc. etc..).
Todas las generaciones notariales se han encontrado con el mismo problema. Incluso ha habido quien propuso la unificación de ingresos entre todos los notarios de la misma plaza (turno total) o la privación de fe pública a partir de determinado número …
Es cuestión de conciencia, de concepción de la función, de respeto y estímulo (pero de verdad) a la libertad de elección.
28 agosto, 2014 - 07:46
Javier: discrepo contigo en una cuestion. No se ha luchado con seriedad contra el problema de las macros. El problema no es solo el volumen, esto es solo una presuncion del problema real, que es la falta de dedicacion y la notable pérdida de la calidad documental. Las juntas no luchan porque en muchas ocasiones estan viciadas por aquello que deben combatir.
29 agosto, 2014 - 13:58
A mi juicio, no está de más el acudir a una cierta ironía con pinceladas de humor negro para abordar en un «blog» determinadas reflexiones sobre cuestiones que afectan a nuestra profesión.
Obviamente el tema de las macronotarias merece bastante más. Desde mi punto de vista son enormemente perjudiciales para la función notarial dada su «visibilidad» respecto de los poderes públicos, agentes económicos y usuarios; pero, a fuer de ser sincero, es una cuestión que se suele pasar de tapadillo y al menos en este blog creo que es la primera referencia que se realiza a las mismas.
Por lo que se refiere a los cargos corporativos, yo creo que todos deben de tener claro que están de paso, por lo menos así es en muchos de los casos que conozco; pero si alguno no lo tuviera, peor para él, pues no sólo sufrirá lo efímero de la púrpura en el más allá, sino también en el momento de la inevitable caída.
En cualquier caso, es cierto que el humor negro aplicado a uno mismo, en este caso a una corporación, en una situación dificíl, el conocido como «Humor de patíbulo» (traducción del inglés Gallows humor), precisa de ciertas dosis de autocrítica y que se puede considerar inapropiado; sin embargo, también contribuye a desdramatizar las cuestiones al conllevarlas con el auxilio de una sonrisa.
Y sino que se lo pregunten a Pedro Muñoz Seca, el famoso autor entre otras de la genial obra, aunque hoy relegada al olvido : «La venganza de Don Mendo». Al tiempo de comparecer ante el pelotón de fusilamiento en la guerra civil exclamó: «Podéis quitarme la hacienda, mis tierras, mi riqueza, incluso podéis quitarme a mi mujer, como vais a hacer, la vida, pero hay una cosa que no me podéis quitar… y es el miedo que tengo».
31 agosto, 2014 - 09:36
Javier, no creo que corporativamente estemos al pie del patíbulo. Estamos jugándonos la condena, y por eso es esencial que tengamos una buena estrategia y una representación eficaz.
8 septiembre, 2014 - 11:25
La estadistica demuestra :
Que si uno se come dos pollos y otro ninguno,esatdisticamente se han comi-
do uno cada uno .
Que si dos personas que ejercen una misma funcion,uno funciona quince veces mas que el otro es que ejercen funciones distintas.
Las personas tenemos limitaciones excederlas es antinatural,pero rentable dificilmente demostrable y «de facto» no sancionable.
TODOS SABEMOS QUE LO QUE NO PUEDE SER ES IMPOSIBLE .
¿ Pues como estoy pudendo’?
Os deeo a todos unas MERECIDAS VACACIONES.
Un abrazo.
ELOY JIMENEZ